EVA BELLIDO // OROPESA
Playas de paz, playas de terror. La costa donde ahora reposan, se relajan y toman el sol no siempre fue tan pacífica. Aunque resulte paradójico, los habitantes de esta parte del Mediterráneo fueron esclavos, y de piratas del norte de África. Y estas mismas playas donde se bañan no siempre fueron tranquilas, sino que eran objeto de continuos ataques de los piratas berberiscos, que se convirtieron en la peor pesadilla. Unos corsarios del Mediterráneo que crearon toda una red basada en el comercio de esclavos y sus rescates, sobre todo en el siglo XVI.
Vivir junto a las playas entonces no era seguro y la población se resguardaba próxima a las montañas. Por ello, se decidió proteger la costa con la construcción de torres de vigilancia en los lugares más estratégicos, de manera que desde cada torre se pudieran ver otras dos. Los valientes vigías que se jugaban la vida cada día se comunicaban entre ellas con fuego, humo o espejos para avisar de las llegadas de los berberiscos.
De esta manera se extendía una línea de vigilancia por toda la costa del Mediterráneo, que está muy presente en la provincia de Castellón, en municipios como Oropesa o Benicàssim. Se construían de tres pisos, para que fuera muy difícil tomarlas, y solían ser de forma redondeada para que las balas de los cañones que les disparasen desde los barcos se deslizaran sobre su superficie.
Algunas de estas fortificaciones se mantienen y ahora se admiran, como es el caso de las torres del Rey, La Corda o Colomera de Oropesa, pudiéndose visitar estas dos últimas recorriendo la vía verde; o la Torre Sant Vicent de Benicàssim.
Los corsarios berberiscos secuestraban mujeres y las vendían como esclavas
La costa de Oropesa sufrió los ataques de los piratas berberiscos de una manera más cruenta en la primera mitad del siglo XVI. Procedentes del norte de África, las naves corsarias desembarcaban al amparo de la noche y efectuaban el asalto durante las horas previas al amanecer para sorprender a los confiados habitantes de villas y alquerías.
Dirigidos por secuaces de los Barbarroja, Dragut o Salah Rais, de siniestra fama en el Mediterráneo, el objetivo siempre era la captura de seres humanos con destino a los mercados de esclavos de Argel. Los corsarios capturaron miles de barcos, y amplios tramos del levante fueron casi totalmente abandonados por sus habitantes hasta el siglo XIX.
Desde el siglo XVI habrían capturado un número estimado de 800.000 a 1,25 millones de personas que fueron vendidas en el mercado musulmán de esclavos, sin considerar los millones de personas que habrían muerto en contiendas, ya que, por lo general, solo vendían mujeres, y los hombres eran utilizados como piratas o eran decapitados.